28.11.08

Cambios

El título de la entrada está justificado por sí mismo en tanto en cuanto estoy viviendo una etapa de cambios. Desatados por el cambio de domicilio y lo que podríamos designar una reindependización, en tanto en cuanto vuelvo a volar del nido paterno... que ya iba siendo hora, por cierto.

De primeras ha habido un proceso de adaptación a la vida propiamente dicha: más tareas, otras responsabilidades, y más libertades. Al fin y al cabo, la libertad sólo puede serlo entendida desde la responsabilidad, aunque esto sea un tema peliagudo sobre el que hace años tuve más de una y más de diez peliagudas discusiones. Aquella época de monitor de tiempo libre...

En fin, que divago; decía que me he tenido que adecuar a mi nueva vida, y esto es así hasta detalles tan curiosos como los de la ubicación física. No sólo hablo de levantarme por las mañanas por el lado equivocado de la cama. Ni de salir de la habitación hacia el servicio y acabar en la cocina. No. Me refiero a algo tan básico y tan aparentemente absurdo como ser consciente de estar en Madrid, en España. Las dos primeras semanas en mi nuevo hogar me metía en casa y tenía el convencimiento pleno de estar en Hamburgo. Hablaba por teléfono con mis padres y la sensación era la de hablar con un país extranjero. No es extraño, si tenemos en cuenta que mi vida fuera del hogar paterno sólo se había desarrollado por aquellos lares. Pero suena raro, y me ha costado unos cuantos días llegar a situarme.

Luego han venido cuestiones más básicas: nuevos horarios, el transporte al trabajo, las horas de entrenar, o el lugar donde hacerlo. En este sentido, el parque Paraíso merece menos este nombre que mi querida Dehesa de la Villa, pero por el contrario, el ambiente atlético que se respira es inigualable, y a todas horas hay una buena cantidad de corredores entregados al esfuerzo. Con lo que la posibilidad de entrenar en compañía es siempre absolutamente real y cercana. Al mismo tiempo, muy cerquita de casa tengo un polideportivo con un gimnasio bien dotado y en buen estado, así como con sauna. Claro, el primer día que entré en la sauna terminé por desubicarme del todo, pues esto es algo que sólo había hecho hasta ahora en Alemania, con lo que la desorientación me llevaba hasta el límite de sentirme muy extraño hablando español entre aquellas paredes humeantes.

Y decía que toda la entrada justificaba el título ateniéndonos a los cambios que he experimentado en el último mes. Pero si volvemos la vista hacia el entrenamiento, hay más justificación si cabe para el título. Porque ayer, sin previo aviso ni intención, me enganché al entrenamiento común en el parque, e introduje unos cambios de ritmo (fartlek, que diría un sueco) por primera vez en muchísimo tiempo. No forcé mucho, pero sí fue suficiente para hacer un par de comprobaciones. Por un lado, que la pierna parece ir aguantando. Por otro, que mi estado de forma es lamentable. Pero si la primera premisa se cumple, ya nos encargaremos de solucionar la segunda, con paciencia y algo de cabeza.

25.11.08

Deportes alternativos

Ya lo apuntaba Esther en su blog. El domingo no fue un día exclusivamente deportivo, o al menos no exclusivamente deportivo en la acepción más clásica del término. Por la mañana sí tuve una ración de lo que hemos dado en llamar un rodaje social, en tanto en cuanto se practica a ritmos que nos permitan contarnos el transcurso de la semana sin demasiado esfuerzo. Como nos reunimos una cuadra de parlanchines sin remedio, el entrenamiento se convierte casi casi en un debate en el que hay que ir pidiéndose la vez para no pisar las intervenciones de unos y otros. Deberíamos regularlo al estilo de los de 59 segundos.

Tras una sesión de sobremesa mucho más relajada para el cuerpo, a excepción del corazón, en la que disfrutamos del triunfo en la Davis, por la noche faltaba el complemento al entrenamiento matutino. Algo de gimnasia para el cuello, las piernas y los brazos. Los medios para conseguirlo: una entrada para la sala Ritmo y Compás y un chorro de buena música para practicar lo que los anglosajones denominan con mucho acierto headbanging y air guitar playing.

Nos reunimos una audiencia no excesivamente numerosa, pero sí bastante devota, del noruego de las cuerdas vocales de bronce. No diría que son doradas, porque eso daría un tono demasiado brillante, ni argentinas, pues su voz no tiene esos tintes cristalinos. El bronce creo que esconde los matices más crudos, variados, desgarrados, que se pueden degustar en el torrente vocal que emana del pecho -cada vez más generoso- del genial Jørn Lande.

Su actuación vino precedida por dos teloneros. En primer lugar, sus compatriotas The Triosphere, comandados por una vikinga de armas tomar con espaldas y brazos de nadadora, que a simple vista hasta me recordaba a Jørn. Luego constaté que no son familia, así que debe de ser la cara estándar en esas tierras. Grupo correcto que se merece alguna escucha más detenida, y en el que me sorprendió gratamente que la cantante, Ida, no se ajusta a los dos estereotipos m´sa habituales de las cantantes femeninas de metal: la corriente de voz operística, por un lado, y la de voz extrema, a lo Arch Enemy.

A continuación, unos suizos con frontman italiano, Pure Inc. Curiosa mezcla, con apuntes de hard rock, otros alternativos, otros heavies, aderezados con una voz más que notable, al menos en cuanto a aptitudes. Es cierto que el cantante tiende peligrosamente al grito, pero no lo es menos que el tío tiene un registro muy amplio y una resistencia fuera de toda duda. A ratos suena a Chris Cornell y a ratos a cantante clásico de Hard Rock. A destacar la originalidad del comienzo del concierto, con una peculiar versión de The End, de los Doors, y el final, con una interpretación espídica de la Immigrant Song de los Zeppelin.

Para terminar, Jørn. Fue un concierto un poco corto, pero que se convirtió en un auténtico disfrute en el tiempo que duró. Le vi más suelto y abierto que cuando asistí al concierto de Masterplan hace unos años en el Headbanger's Ballroom de Hamburgo. Tampoco es que sea la alegría de la huerta, pero interactúa más con el público. Y lo que no deja de sorprenderme es cómo calca todas y cada una de las texturas de su voz en los discos, y cómo cuando no lo hace es porque mete variaciones que enriquecen más si cabe la interpretación. Es un monstruo, un animal, y seguiré pensando que es el mejor cantante de rock que me he podido echar a las orejas, perdón, a los oídos.

Buen repaso por su discografía, tocando un poco de cada palo e incidiendo en su última publicación, coronando todo con una versión sencillamente epatante de Stormbringer.

Se me olvida decir que me gustó el concierto, jaja.




Volviendo a lo atlético, tengo que incidir en algo que no deja de sorprenderme, y que no por ya profusamente comentado debo dejar pasar. Este domingo se celebra el 44º Cross del Canguro en el bosque de la Casa de Campo. Pues bien, en esta carrera en la que todos los años te puedes apuntar en la línea de salida sin ningún tipo de problema... ¡se han agotado los dorsales! Nosotros nos habíamos hecho ya con uno la semana pasada en Running Company, sencillamente por el hecho de ahorrarte 2 € respecto de la inscripción in situ, y porque de este modo no andas con prisas a la hora de hacerte con el dorsal el mismo día de la carrera.

Estamos inmersos en una fiebre de locura que hace que cada fin de semana haya múltiples carreras en Madrid, tanto en ruta como de campo a través, y cada vez se hace más complicado pensarse con tranquilidad la participación. En cuanto te descuidas, los dorsales han volado y no tienes ocasión de correr. Creo que la burbuja se está hinchando a ritmos forzados, y antes o después terminará por reventar. Seguiremos con atención en qué acaba todo esto, pero no me gusta la pinta que está tomando.





22.11.08

Los lobos

Tenemos un hilo en el foro del Paris en el que solemos acordar las quedadas para el Bosque, o para cualquier rodaje por la Casa de Campo. Su título es "Los sábados, en el bosque, cuidado con los lobos". No sé muy bien lo que le movió a Nobel a ponérselo un día de hace ya tres años, aunque Vicente apuntase una posibilidad... si bien es cierto que él se refería a las lobas, más que a los lobos. Pero bueno, eso es harina de otro costal que ahora no viene al caso.

Sea como sea, viene siendo algo habitual en plena temporada quedar los sábados para hacer un controlado en el Bosque que, en función de los objetivos y la programación de cada uno, puede ir de una sola vuelta al conocido circuito (4 km), hasta 16 km en el caso de los maratonianos. Hoy era uno de esos días, que además venía aderezado por varias circunstancias especiales. Por un lado, por la visita desde Galicia de Pedro Herbello. Por otro, en un plano puramente personal, porque hacía ya meses que no corría por mi muy añorada Casa de Campo. Así que con estos condicionantes me he unido a los lobos del Paris con la inestimable compañía de un tiempo casi calcado del de la semana pasada en Alcalá. Una vez más, el otoño madrileño al que se refería Muñoz Molina en sus Ventanas de Manhattan, nos ha regalado una de esas mañanas que se desperezan frías y llenas de luz, y culminan en un mediodía de tintes puramente primaverales, sólo desmentido por la acumulación de hojas amarillas, pardas, rojizas y de todas las tonalidades intermedias en los árboles y en el suelo.

La ocasión, por lo tanto, ha sido muy propicia para disfrutar de un entrenamiento satisfactorio. Y es que en estos casos el Bosque es un entorno singular y precioso, con un atractivo que, al menos para mi, raya en lo embrujador. Su aspecto se parece mucho al de la imagen que aompaña esta entrada.

Le hemos dado dos vueltas al circuito, cada uno al ritmo que ha estimado conveniente... bueno, realmente sé de alguno que las ha dado a un ritmo que ni de lejos consideraba conveniente, pero es el que las piernas han dictado finalmente. Como una de ellas no se ha quejado, ni se queja de momento de vuelta en casa, lo daremos por bueno con el firme compromiso de utilizar más la cabeza en ocasiones venideras.


19.11.08

El dorsal

La mañana era fría. Luminosa. Dominical y casi desierta. Podríamos decir que era una mañana cualquiera en esa época indefinida en que el otoño va encaminándose hacia el invierno, y en Madrid parecen batallar los amaneceres rozando la helada con mediodías deslumbrantes y casi calurosos.
Me esperaban Ana y Raúl en el coche; durante más tiempo del necesario por mi mala cabeza, por un poco de infortunio y por un mucho de desorientación. Esto tiene excusa en un barrio que aún puedo calificar de casi desconocido. De camino al coche me crucé con un par de vecinos madrugadores que parecían ajenos a lo especial que era el día. También ellos eran vecinos cualesquiera, como la mañana.
En Alcalá tampoco parecía ocurrir nada fuera de lo normal, si exceptuamos el montón de corredores que poco a poco se iban preparando para participar en la carrera organizada por Grutear. Nos unimos a la multitud, que este año ya sí se puede calificar así, después de un par de ediciones con participaciones más modestas. Pero en ningún rostro de los que me rodeaban creí adivinar un indicio de que estuviésemos cerca de vivir un momento un tanto diferente, especial. Normal, para ellos no lo era, y aunque hay veces que parece que la dicha nos invade y nos sobrepasa hasta el punto de tener que contagiar al resto de la humanidad, lo cierto es que terminamos por darnos cuenta de que nadie se siente inundado por ese algo que a nosotros nos embarga.
Pero sí, yo sabía que este domingo tenía un tinte diferente, un color reluciente. El de ese papel con un '126' impreso sobre fondo azulado. Atravesado por cuatro imperdibles, prendido de la camiseta también azul del Paris, parecía un sacrificio en aras de mi gozo. Sabía que no sería como en otras ocasiones, que no habría competición por delante, que se trataba de acompañar a un par de amigos a lo largo de media carrera, pero lo cierto es que tras más de tres meses volvía a tener un dorsal en el pecho. Y aunque no me atrapasen los nervios habituales de la carrera, sí había un cosquilleo, una impaciencia por oir el tantas veces temido y deseado disparo. Luego todo fue fácil, demasiado rodado como para disfrutarlo a fondo, corto y rápido, pero puedo asegurar que me sentí como un niño con zapatos nuevos entre los corredores, entre el público, rodando por las calles de Alcalá y volviendo a percibir el olor particular de las carreras.
Fue, como diría Lou Reed, un día perfecto, y ojalá sea el preludio de muchas competiciones por disfrutar en los meses venideros.
Pero, para eso, se impone la paciencia.