29.3.09

Tierra y mar, mar y océano

Dos ciudades atemporales. Dos pasados gloriosos. Dos centros de poder que extendieron su abrazo colosal por tierras lejanas, a veces ignotas. Dos formas de talasocracia; el Imperio que se recrea y broncea a orillas de su piscina privada, su mare clausum, el Mare Nostrum. Y una metrópoli de navegantes que buscan los confines de la Tierra más allá del horizonte, al otro lado de los océanos, en costas americanas, africanas, orientales.
Dos viejas señoras tubadas en su diván rocoso, ondulado, surcado por valles y colinas; su piel ajada, de adoquines cuarteados, pero aún adornada con joyas innumerables de brillo todavía duradero: el arte no se puede extinguir. Damas que dejaron atrás la flor de su existencia, pero siguen alimentadas por el torrente continuo, vigoroso, que recorre sus callejas, plazas y paseos, como el flujo sanguíneo que oxigena unos miembros conectados por viejísimas venas y arterias por las a pesar de todo corre la vida a borbotones.
Roma y Lisboa. Mediterránea y atlántica. Diferentes y, sin embargo, hermanas. En el último mes he tenido la fortuna de visitar a estas dos vigías de la Historia. Roma era terreno ya hollado, pero una nueva visita confirma que no hay horas en el día, ni días en la semana, para respirar un aliento tan intenso como el que exhala la Ciudad Eterna. Pero también egoísta. Cada vez que subes al avión de regreso de Roma, tienes la sensación de estar en deuda con ella, de necesitar otra estancia, o muchas más, para de verdad llegar a vivirla y a comprenderla. Con este compromiso salí de allí, y siempre quedará en mi columna del "debe" la necesidad de volver para patear sus calles.

Y unas semanas más tarde, Lisboa. Repito: tan diferente por historia, carácter, morfología... pero hermana. También aquí late la Historia. También aquí se cobra la ciudad un extenuante tributo a base de cuestas, costarrones, subidas, bajadas, adoquines, escalones... a quien desea empaparse de su alma caminando por tantos rincones, a veces abiertos, a veces ocultos, a veces sólo reservados. Pero coronando una colina, alcanzando la valla de un mirador, nos espera la recompensa en forma de un nuevo punto de vista. Un nuevo ángulo que nos regala una imagen siempre bañada en esa luz, esa Luz, inimitable de Lisboa. Pasada la hora de la sobremesa, cuando el Sol poco a poco se acerca al horizonte, el Atlántico, las callejas, las fachadas de múltiples colores, y el aire que seguramente tendrá un nosequé especial, se aúnan para crear una atmósfera que ni pinceles, ni cámaras, ni por supuesto palabras, son capaces de atrapar.
Habrá que volver una vez más.


24.3.09

Descargado

Hace ya más de dos meses que bajé a por el pan. Pasó a estar revenido, luego duro, finalmente lo rallé y guardé, y hoy me he acordado de él, con lo que voy a escribir una entrada rebozada, de esas que valen para un roto y un descosido, para segundo plato o cena improvisada. O sea, que voy a contar un poco de todo, me parece.
La interrupción llegó cuando, a finales del mes de Enero, tocó centrar esfuerzos en la preparación del examen de la Uned y, simultáneamente, me vi inmerso en un apretón de trabajo que me obligó a olvidar este rincón que tantas veces he prometido no desatender. Y en los últimos meses había tratado de dejar un poco de lado la mera y fría descripción de entrenamientos para darle un aire diferente a la bitácora. ¿Resultado? Que para seguir en esa línea me veía obligado a dedicarle más tiempo, y no encontraba el momento de actualizar estas andanzas.
Pero, recurriendo al muy manido dicho, todo lo que sube baja, y llegó el momento de la descarga. Han sido dos meses de entrenamiento abundante y fructuoso, de piernas paulatinamente más cansadas por la carga de trabajo asociada, y convenientemente descargadas (¡aleluya!) por una visita al fisio sin que mediase lesión. Hay veces que la razón se impone y me lleva a hacer cosas con la cabeza... aunque sea muy de vez en cuando.
Llegó también la descarga universitaria: el examen pasó, y yo pasé el examen. Queda el regusto de satisfacción y las ganas reforzadas de seguir usando (no perdiendo) unas horas cada semana frente a los libros. Y como regalo, un poco más de tiempo cada día, alejado de la vorágine que siempre acompaña a las semanas previas al examen; por mucho que creas llegar bien preparado, siempre hay una horita más que dedicar a los libros y apuntes. Pues bien, eso se ha terminado por lo menos en los dos próximos meses.
Pasó un viaje delicioso a Roma, donde liberé tantas ganas acumuladas a lo largo de los años de regresar a la ciudad eterna. Eterna de verdad, por historia, por rincones interesantes, por su alma de ciudad vieja, joven, atemporal... eso, eterna. También en este caso me traje un regalo en el esportón: un dolor infinito de piernas forjado a base de entrenamientos y pateos desaforados por adoquines, cuestas, vías romanas, catacumbas y escalones variados... y de nuevo la descarga llegó. En este caso con una reducción en los entrenamientos que me permitió ir degustando velocidades olvidadas, ritmos que me parecían perdidos, y sensaciones de ligereza que aparentemente me estaban vetadas desde meses atrás.
Y como en esas historias de tramas paralelas en las que todo termina convergiendo hacia el final, Lisboa estaba al otro extremo del túnel, centrando atención e ilusiones a partes iguales.
De nuevo una ciudad llena de luz, de vida, de arte y rincones. De nuevo una cita con la historia y el arte. De nuevo una capital que vivió tiempos mejores y se resiste a dejar de lado su grandeza, aunque quede un poco empañada por el paso del tiempo. Y de nuevo una macedonia de cuestas, adoquines y paseos que parecían contrariar toda posibilidad de descarga previa a la media que correría allí.
Sin embargo, todo salió bien. Y el domingo por la mañana me reencontré con las buenas sensaciones en el medio maratón, más de dos años después. Lejos del rendimiento de Granollers, pero casi igual de satisfecho, por fin pude descargar mis inquietudes y ver que soy capaz de competir en esa distancia por debajo de los 3:40 de media. Así las cosas, cuando enfilé la recta de llegada era poco más que un espectro, cansado, agotado, completamente exhausto por el esfuerzo, pero aún impulsado por un rendimiento decente para mi nivel, por la necesidad compulsiva de demostrarme a mi mismo que estoy en el buen camino.
Ojalá sea así, y lo confirme en los meses por venir.