31.5.09

La traición de las matemáticas

Se hacen llamar Ciencias Exactas. Con un orgullo que encuentro muy próximo a la pedantería. Parecen sentirse ofendidos por otras ciencias que consideran menores, contaminadas, meras aproximaciones a su alto concepto de la precisión y la abstracción más absolutas. Así, enarbolan la bandera de la Exactitud como quien echa en cara a la Física, a la Geología, a la Biología, sus devaneos con las opiniones y la subjetividad. Son saberes menores, enanos que se han de aupar a los hombros de un gigante para alcanzar, al menos, la dignidad necesaria para mirar a las Matemáticas a los ojos.

Pero no. Todo esto es una pose. Ya me parecía a mi que tanta ostentación había de ser impostada, una defensa de quien se sabe un puntito mentirosa y una pizca fraudulenta. Y es que dicen las Matemáticas que si asciendes y desciendes los mismos metros en un recorrido cualquiera, el saldo final es cero, y el resultado será el mismo que si nos hubiésemos desplazado siempre a la misma cota.
Dicen también las matemáticas - a quien ya me permito arrebatar la mayúscula - que la contribución negativa de la gravedad en un recorrido ascendente es igual a la contribución positiva de las pendientes descendentes. Eso se empeñan en cacarear las ecuaciones, engolados pregoneros de las medias verdades de estas traidoras. Pero no, a mi no me convencen, ya no. Hoy hemos estado haciendo prácticas por todo Madrid, partiendo de la calle Goya, descendiendo hasta la Cibeles, ascendiendo por la Castellana y Concha Espina -¡ay, Concha Espina!-, para terminar bajando... ¿bajando? por Príncipe de Vergara, hasta regalarnos con una última ascensión en la calle Goya para restablecer el saldo nulo de subidas y bajadas.
Y no, las contribuciones no se cancelan. Esos cuatro kilómetros de la Castellana son como la cucharilla del preso de película que poco a poco va cavando un túnel por el que huir de su encierro. Rac, rac, rac, rac, se desmenuzan las fuerzas, va cayendo el polvillo, la pared queda al borde del hundimiento... y cuando te regalan un tramo en descenso, no queda de donde extraer la fuerza, la velocidad, el empuje necesarios para que las matemáticas se queden satisfechas con el cumplimiento de su ecuación.

No puedo decir que haya quedado insatisfecho con el resultado de la carrera en términos comparativos, pero el tiempo conseguido no me dice gran cosa. ¿O sí? Pues sí, sí lo deja claro: -1 + 1 no siempre es igual a cero.

18.5.09

El pintxo más dulce

Siempre que regreso de San Sebastián, aunque sea tras una estancia de uno o dos días, lo hago con cierta nostalgia, con un puntito de morriña y con la promesa cierta de volver en cuanto me resulte posible. En esta ocasión, por si fuese poco, me cargo de una nueva razón para tenerle un cariño especial a esta ciudad.

Es el color de sus laderas, la fuerza bruta de su cielo tormentoso a veces, o raso, soleado y luminoso algunas otras. Es el carácter de su gente; la exquisitez rotunda de su gastronomía; las avenidas arboladas, casi techadas por copas seguramente centenarias; la mezcla de señorío, juventud, elegancia y alboroto que respiran sus barrios... es, en fin, todo.

Una vez más me presenté allí con la firme intención de disfrutar de la bella Easo, de pasar tres días de sosegado turismo por sus calles - y por las de Hondarribia- y, en la medida de lo posible, de hacer por fin una buena carrera en su medio maratón. Digo por fin, porque año a año, ya fuese por el clima, por mi estado de forma, o por ambas razones, nunca había quedado completamente satisfecho con los resultados. Pero esta vez sí. Y eso a pesar de que no quería confesarlo, pero llevaba casi dos semanas de sensaciones un tanto ambiguas en los entrenamientos, probablemente fruto de la llegada del calor y las temperaturas más veraniegas.

Así y todo, decidí no dejarme amilanar, y me he situado en la línea de salida con la intención de ir a por todas. Sé que cada año pasado la situación de los kilómetros era defectuosa, así que he decidido salir por sensaciones y controlar el ritmo sólo cada cinco kilómetros, aunque fuese echando un ojo de vez en cuando al crono. Esto se ha traducido en una carrera mal corrida, pero con resultados mejores de los esperados. Ya desde el principio he visto una sucesión de parciales kilométricos en torno a los 3:30... que no eran achacables a una mala colocación de los puntos kilométricos, pues no se corregían unos con otros, sino que se debían simplemente a que iba demasiado rápido.

Al principio he ido en un grupo numeroso, pero éste pronto se ha descompuesto, y ya desde el kilómetro 5 o 6 he ido acompañado de uno, dos, a lo sumo tres corredores, sin posibilidad de relevarme o de resguardarme en los tramos en que hubiese algo de viento... que ha sido escaso, dicha sea la verdad.

En soledad por las avenidas donostiarras

En soledad por las avenidas donostiarras

Al paso por el kilómetro 10, excesivamente rápido -35:15- ya estaba completamente solo, con la idea de que algo perdería, pero que el sub-1.16 era más que factible. Así, he seguido haciendo el recorrido tratando de cazar a corredores, y dejándome llevar por Raúl, quien me ha acompañado en dos tramos de la carrera. Y, efectivamente, he cedido en el ritmo, pero no en exceso. He pasado la crisis del 15-16, he enfilado la calle San Martín, donde me he vuelto a encontrar cómodo merced a la compañía inestimable y nada fraudulenta (:-)) de Raúl, y he seguido apretando los dientes en ese difícil paso por contrameta en el que no quieres sino terminar ya la carrera. He pasado el 20 en 1.11:44, y he visto que el objetivo estaba hecho, pero la marca quedaba lejos... o no tanto. He conseguido cambiar mucho más de lo esperado, he apretado el culo tanto como ha sido posible,  y con el 1,097 último más rápido de cuantas medias he corrido (3:39), he entrado en meta exultante, por primera vez gritando de satisfacción. Me he abrazado a Raúl y he sido feliz.

En Aita Mari hemos prolongado la felicidad con una comida excelente, con vistas al mar, al Igueldo y a un sol radiante. He degustado así los bocados más dulces de la temporada.

5.5.09

Ese gusano

Enero de 2008.
Cruzada la línea de meta de la media de Getafe, un corredor exhausto, pero muy feliz, encuentra un punto de reposo para tomar aire, echar la vista atrás, y felicitarse por el objetivo conseguido: una muy considerable rebaja en su marca personal en la distancia. Han sido unos buenos meses, pues ya en la primavera anterior mejoró su registro en la carrera de 10 km de Laredo; y ahora esto: en casa, un nuevo éxito. Va siendo el momento de tomarse las cosas con más calma, se dice. De aproximarse al lado lúdico del deporte, de salir a trotar por la casa de campo y por los caminos cercanos a casa, pero sin ningún objetivo en la mente. Sólo acompañando a los amigos, charlando, pasándolo bien en definitiva.
Y así fue. Desde ese momento su cabeza se reordena, prioridades no desatendidas, pero sí algo más olvidadas, cobran la importancia que no tuvieron en los meses pasados. Los miércoles dejan de estar asociados al dolor del tartán, y las carreras vuelven a ser el entorno en que coincidir con quien no ves hace tiempo, propiciando el reencuentro.
Una breve lesión jugando al fútbol contribuye a la desconexión. Definitivamente las zapatillas quedan aparcadas en el armario, al tiempo que la voz de unos botines con calas automáticas es atendida: comienza la primavera, el verano... y con ello el tiempo de la bici, ese ciclismo recreativo tan propio de sus vacaciones.

Septiembre de 2008.
El verano se acerca a su fin, con el epílogo de San Miguel como última manifestación. Los días acortan y se hacen menos propicios para la bici, con lo que las zapatillas de correr vuelven a llamar a la puerta del armario. Quieren salir. Y nuestro corredor vuelve a trotar, a coger ritmo poco a poco. No lo sabe, pero en los largos meses que estuvieron aparcadas, las zapatillas debieron de incubar el huevo de un desconocido gusano que ahora, invisible, comienza su labor.
Se suceden las semanas y los trotes devienen entrenamientos; las carreras continuas se adornan con cambios de ritmo; los miércoles vuelven a tomar el color naranja de la pista de Vicálvaro. Y, como quien no quiere la cosa, el gusano engorda y quiere comer... y come, y come, y no se sacia, y las carreras vuelven a ser competiciones. Y nuestro corredor ya no sale a correr, sino a entrenar.

Diciembre de 2008.
En el frío de Aranjuez todo parece hibernar, los campos helados y el río manso no quieren despertar en una mañana gélida. Sólo el gusano, inagotable, revienta de vida. Quiere más, quiere seguir creciendo y reclamando protagonismo. Habrá que saciarlo. Así sea: nuestro corredor sale a por todas, y se lleva bajo el brazo una nueva marca personal en los 10 km... que durará lo que quiera el gusano, claro.

Primavera de 2009.
No hay más remedio que admitir su existencia. Ha llegado para quedarse, y en tanto en cuanto le acompañe, al corredor no le queda otra que ir alimentando a su simbiótico compañero de batallas. Y es que lo que unos podrían considerar un parásito, para el corredor, atleta, o lo que sea, es un ser con quien se establece una simbiosis: el gusano le hace entrenar, sufrir y mejorar, y el corredor le devuelve una media en Getafe en otro minutito menos. El gusano le saca a la calle haga frío, nieve o llueva, que de todo hemos tenido este año en Madrid, y el corredor le obsequia con un nuevo registro personal en la Cursa de Bombers.
Y el gusano se pone pesado, no quiere salir, está tan cómodo en el cuerpo de nuestro atleta, que decide salir a darse un paseo de más de 42 km por las calles de Madrid. Y años después, Raúl vuelve a completar el recorrido de Mapoma, y eso que hace un año ya iba a dedicarse al correr por correr. Y lo hace rebajando más de 12 minutos su marca personal. Y no sabemos sin merced a la compañía del gusano, o de qué, cuando enfila la entrada por el paseo de Coches, proclama al viento: ¡He sufrido lo justo!

Bendito gusano, qué le deparará, qué nos deparará a todos los demás...

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A mi me puedo aplicar el conocido dicho: "No news, good news". Sigo acumulando buenas semanas de entrenamiento, y así me planto a menos de dos semanas del medio maratón de San Sebastián, claro objetivo de la temporada.
Las sensaciones y los entrenamientos están siendo excelentes. Ahora queda desear que el día sea bueno en lo meteorológico, y que a las piernas les apetezca correr ese día.