El dorsal
La mañana era fría. Luminosa. Dominical y casi desierta. Podríamos decir que era una mañana cualquiera en esa época indefinida en que el otoño va encaminándose hacia el invierno, y en Madrid parecen batallar los amaneceres rozando la helada con mediodías deslumbrantes y casi calurosos.
Me esperaban Ana y Raúl en el coche; durante más tiempo del necesario por mi mala cabeza, por un poco de infortunio y por un mucho de desorientación. Esto tiene excusa en un barrio que aún puedo calificar de casi desconocido. De camino al coche me crucé con un par de vecinos madrugadores que parecían ajenos a lo especial que era el día. También ellos eran vecinos cualesquiera, como la mañana.
En Alcalá tampoco parecía ocurrir nada fuera de lo normal, si exceptuamos el montón de corredores que poco a poco se iban preparando para participar en la carrera organizada por Grutear. Nos unimos a la multitud, que este año ya sí se puede calificar así, después de un par de ediciones con participaciones más modestas. Pero en ningún rostro de los que me rodeaban creí adivinar un indicio de que estuviésemos cerca de vivir un momento un tanto diferente, especial. Normal, para ellos no lo era, y aunque hay veces que parece que la dicha nos invade y nos sobrepasa hasta el punto de tener que contagiar al resto de la humanidad, lo cierto es que terminamos por darnos cuenta de que nadie se siente inundado por ese algo que a nosotros nos embarga.
Pero sí, yo sabía que este domingo tenía un tinte diferente, un color reluciente. El de ese papel con un '126' impreso sobre fondo azulado. Atravesado por cuatro imperdibles, prendido de la camiseta también azul del Paris, parecía un sacrificio en aras de mi gozo. Sabía que no sería como en otras ocasiones, que no habría competición por delante, que se trataba de acompañar a un par de amigos a lo largo de media carrera, pero lo cierto es que tras más de tres meses volvía a tener un dorsal en el pecho. Y aunque no me atrapasen los nervios habituales de la carrera, sí había un cosquilleo, una impaciencia por oir el tantas veces temido y deseado disparo. Luego todo fue fácil, demasiado rodado como para disfrutarlo a fondo, corto y rápido, pero puedo asegurar que me sentí como un niño con zapatos nuevos entre los corredores, entre el público, rodando por las calles de Alcalá y volviendo a percibir el olor particular de las carreras.
Fue, como diría Lou Reed, un día perfecto, y ojalá sea el preludio de muchas competiciones por disfrutar en los meses venideros.
Pero, para eso, se impone la paciencia.
Me esperaban Ana y Raúl en el coche; durante más tiempo del necesario por mi mala cabeza, por un poco de infortunio y por un mucho de desorientación. Esto tiene excusa en un barrio que aún puedo calificar de casi desconocido. De camino al coche me crucé con un par de vecinos madrugadores que parecían ajenos a lo especial que era el día. También ellos eran vecinos cualesquiera, como la mañana.
En Alcalá tampoco parecía ocurrir nada fuera de lo normal, si exceptuamos el montón de corredores que poco a poco se iban preparando para participar en la carrera organizada por Grutear. Nos unimos a la multitud, que este año ya sí se puede calificar así, después de un par de ediciones con participaciones más modestas. Pero en ningún rostro de los que me rodeaban creí adivinar un indicio de que estuviésemos cerca de vivir un momento un tanto diferente, especial. Normal, para ellos no lo era, y aunque hay veces que parece que la dicha nos invade y nos sobrepasa hasta el punto de tener que contagiar al resto de la humanidad, lo cierto es que terminamos por darnos cuenta de que nadie se siente inundado por ese algo que a nosotros nos embarga.
Pero sí, yo sabía que este domingo tenía un tinte diferente, un color reluciente. El de ese papel con un '126' impreso sobre fondo azulado. Atravesado por cuatro imperdibles, prendido de la camiseta también azul del Paris, parecía un sacrificio en aras de mi gozo. Sabía que no sería como en otras ocasiones, que no habría competición por delante, que se trataba de acompañar a un par de amigos a lo largo de media carrera, pero lo cierto es que tras más de tres meses volvía a tener un dorsal en el pecho. Y aunque no me atrapasen los nervios habituales de la carrera, sí había un cosquilleo, una impaciencia por oir el tantas veces temido y deseado disparo. Luego todo fue fácil, demasiado rodado como para disfrutarlo a fondo, corto y rápido, pero puedo asegurar que me sentí como un niño con zapatos nuevos entre los corredores, entre el público, rodando por las calles de Alcalá y volviendo a percibir el olor particular de las carreras.
Fue, como diría Lou Reed, un día perfecto, y ojalá sea el preludio de muchas competiciones por disfrutar en los meses venideros.
Pero, para eso, se impone la paciencia.
6 comentarios:
Entonces, la biela bien. ¿Al final no hay que cortársela?
Y la Sansil ¿qué? ¿Sea como sea?
Retomas con ganas y buena pluma ¡me alegro!
La vuelta más esperada tras meses en el tunel.
Me alegro mucho.
Vicente, parece que sí me va respetando. Cruzaremos los dedos e iremos con prudencia. El Canguro me espera, pero para hacer un rodajito por el bosque por primera vez en meses :-)
Sergio, la SSV no me la puedo perder. Pero ya que esta vez no podré competir, sí que voy a ir de fiesta y disfrazao.
Luis, al menos he tratado de esmerarme un poquito en la primera entrada de regreso... ya que es la reentrée, había que currárselo un poco más :-)
Víctor, de momento me queda mucho para poder veros por los crosses, pero poco a poco iremos entrando en harina.
Gracias a todos
¡¡Por fin lo has actualizado!!
Ya sabes, paciencia. No estás en pretemporada sino en recuperación.
Ah, y deja de perseguir tíos por Arcentales.....ve a tu rollo......jajajaja
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