Bajar a por el pan
Mañana de sábado. El sol no termina de arrancarse, y el frío sigue apoderándose del Madrid invernal. Nubes bajas, niebla en algunos barrios, humedad y temperaturas bajas para que la sensación sea casi gélida.
Podrías bajar a por el pan con el primer chándal que encuentres colgado, doblado, o tirado en la silla de la habitación, pero ya que estamos en fin de semana, no es plan de salir así de desaliñado. Así que abres el armario y buscas no las mejores galas, pero al menos algo un poquito resultón.
Bien aderezada la vestimenta, no has hecho sino franquear la puerta del ascensor y te encuentras con el vecino. Qué mañana más fría. Es verdad, parece que el sol está tímido. Pero bueno, saldremos a la calle, que un ratito al fresco no viene mal. La familia, ¿qué tal? Bien, gracias, luego iremos a visitarlos. Pasad buen fin de semana. Igualmente.
En la calle, decenas de rostros conocidos te saludan, lo que te indica que hoy no has madrugado precisamente, y que has salido a la calle cuando el día ha florecido... si no fuese por esas nubes persistentes, claro. En el quiosco, comprando el periódico, te encuentras con aquel antiguo compañero al que hacía al menos un año que no veías. Qué coincidencia. Parece que hoy se ha puesto de acuerdo el barrio para salir a la calle a comprar el pan, a coger el periódico, a pasear al perro, al mismo tiempo.
Alguno, como el hijo de la panadera, ya vuelve montado en la bici de su salida sabatina, con el rostro cansado pero satisfecho. Restos de sudor que se encajan por las arrugas de un rostro curtido por cientos de horas de sol veraniego, el mismo que ahora sus piernas protegidas por mallas, su cuerpo cubierto por una chaqueta cortavientos, echan de menos con añoranza. Al verle, recuerdas que tú tienes los deberes por hacer. Es una mezcla de envidia, porque él ya ha cumplido con la tarea, y de felicidad al saber que aún te aguarda el disfrute a la vuelta de la esquina. Aunque esas nubes te inviten a coger la barra que te están despachando, y meterte en la casa a leer el periódico al calor de un café caliente, con la banda sonora de un buen disco sonando en el equipo de música.
Ayer la Casa de Campo era como el barrio. Entrenar por sus caminos, como salir a comprar el pan. Decenas de conocidos haciendo sus tareas. Algunos sobre dos ruedas, otros caminando, algunos aferrados a las máquinas de un gimnasio, y un buen montón de ellos zancada a zancada cumpliendo con los entrenamientos -programados o no- en su temporada atlética. Antes de arrancar, en el polideportivo Cagigal, ya anduvimos de charla con algunos de ellos. En el bosque, durante el entrenamiento, nos espolearon los ánimos de más compañeros. Al terminar el fartlek, cuatro incondicionales de esas sendas compartían impresiones con nostros. Y al terminar junto a la pasarela, más conversación distendida, ahora sí con la satisfacción de haber cumplido con las tareas previstas.
Y, en ese momento, fuimos a estirar evitando las sombras, porque al final el sol se decidió a salir.
Podrías bajar a por el pan con el primer chándal que encuentres colgado, doblado, o tirado en la silla de la habitación, pero ya que estamos en fin de semana, no es plan de salir así de desaliñado. Así que abres el armario y buscas no las mejores galas, pero al menos algo un poquito resultón.
Bien aderezada la vestimenta, no has hecho sino franquear la puerta del ascensor y te encuentras con el vecino. Qué mañana más fría. Es verdad, parece que el sol está tímido. Pero bueno, saldremos a la calle, que un ratito al fresco no viene mal. La familia, ¿qué tal? Bien, gracias, luego iremos a visitarlos. Pasad buen fin de semana. Igualmente.
En la calle, decenas de rostros conocidos te saludan, lo que te indica que hoy no has madrugado precisamente, y que has salido a la calle cuando el día ha florecido... si no fuese por esas nubes persistentes, claro. En el quiosco, comprando el periódico, te encuentras con aquel antiguo compañero al que hacía al menos un año que no veías. Qué coincidencia. Parece que hoy se ha puesto de acuerdo el barrio para salir a la calle a comprar el pan, a coger el periódico, a pasear al perro, al mismo tiempo.
Alguno, como el hijo de la panadera, ya vuelve montado en la bici de su salida sabatina, con el rostro cansado pero satisfecho. Restos de sudor que se encajan por las arrugas de un rostro curtido por cientos de horas de sol veraniego, el mismo que ahora sus piernas protegidas por mallas, su cuerpo cubierto por una chaqueta cortavientos, echan de menos con añoranza. Al verle, recuerdas que tú tienes los deberes por hacer. Es una mezcla de envidia, porque él ya ha cumplido con la tarea, y de felicidad al saber que aún te aguarda el disfrute a la vuelta de la esquina. Aunque esas nubes te inviten a coger la barra que te están despachando, y meterte en la casa a leer el periódico al calor de un café caliente, con la banda sonora de un buen disco sonando en el equipo de música.
Ayer la Casa de Campo era como el barrio. Entrenar por sus caminos, como salir a comprar el pan. Decenas de conocidos haciendo sus tareas. Algunos sobre dos ruedas, otros caminando, algunos aferrados a las máquinas de un gimnasio, y un buen montón de ellos zancada a zancada cumpliendo con los entrenamientos -programados o no- en su temporada atlética. Antes de arrancar, en el polideportivo Cagigal, ya anduvimos de charla con algunos de ellos. En el bosque, durante el entrenamiento, nos espolearon los ánimos de más compañeros. Al terminar el fartlek, cuatro incondicionales de esas sendas compartían impresiones con nostros. Y al terminar junto a la pasarela, más conversación distendida, ahora sí con la satisfacción de haber cumplido con las tareas previstas.
Y, en ese momento, fuimos a estirar evitando las sombras, porque al final el sol se decidió a salir.
7 comentarios:
No pierdas las entradas de tu blog, seguro que en no mucho tiempo las vemos recopiladas en un librillo. Lo merecen ;).
Suscribo el comentario de Landes.
Aunque te parezcan triviales.
Da gusto leerte, Miguel.
Un saludo
No sé qué decir (una vez más) Haces que algo sencillo y cotidiano, sin rebuscar demasiado sensaciones ni pensamientos, te enganchen y te transporten a la escena que describes.
Yo mismo me veía bajando en el ascensor, comprando el pan, encontrandome con alguien conocido y buscando esos tímidos rayos de sol para estirar.
Felicidades.
Joe, así contado parece que hacía buen día y todo ;-). Aquí por lo visto hizo un frío del carajo (digo "por lo visto" porque yo ni me moví del sofá :-(, pero por la ventana el día era de lo más desapacible).
Besitos!
>> Podrías bajar a por el pan con el primer chándal que encuentres colgado, doblado, o tirado en la silla de la habitación, pero ya que estamos en fin de semana, no es plan de salir así de desaliñado. Así que abres el armario y buscas no las mejores galas, pero al menos algo un poquito resultón.
¿Cómo que no se sale con el chandal? Con el chandal, si afeitar y si me apuras, con las zapatillas de andar por casa.
Seguro que ha muchos os itneresa la siguietne dirección:
www.campoatravesuniv.blogspot.com
Saludos atléticos!
¿Todavía no te has comido la barra?
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