Crunch, crunch, crunch
Día de vacaciones. Me levanto en un día amanecido hace ya más de una hora. Abro la ventana sin descorrer la cortina de la habitación, y marcho a la cocina a poner la cafetera en el fuego. Mecánicamente había encendido la radio, y su conversación pasa casi imperceptible de un oído a otro, como si fuese más un ruido de fondo que otra cosa. Mientras colmo el filtro del café, palabras sueltas se empeñan en quedarse pululando por aire, salidas de los altavoces de mi aparatillo de FM: Madrid, centro, nieve...
Con la energía de un niño pequeño, con ese miedo sordo a que no sea cierto lo que sospechas o deseas, abro la terraza y saludo con una sonrisa que no me cabe entre los carrillos a un montón de copos que revolotean frente a las ventanas. Miro hacia abajo y veo que poco a poco la nieve cuaja. Hace frío, así que estiro la mañana en casa consultando el ordenador, estudiando, escuchando música o siguiendo las noticias del caos que la nieve provoca en Madrid. Pero no puedo haber elegido mejor día para tomármelo libre. Recién pasado el mediodía, me calzo las zapatillas, me visto la ropa de faena y me dispongo a trotar en la nieve, algo que no había disfrutado más que una vez en mi vida.
Un tramo urbano, entre calles, asfalto y edificios, todos ellos disfrazados de blanco, casi ocultos a la vista por la exuberancia insultante de la nieve. Poco a poco salgo de las callejuelas del barrio y me adentro en el Parque Paraíso, que hoy merece más que nunca ese nombre. Cuesta encontrar los caminos, lo que me hace ver la torpeza que me es connatural, lo fácil que me pierdo en cuanto me quitan un par de referencias. Aun así, voy encontrando las sendas y ruedo, ruedo, ruedo. Crunch, crunch, suena la nieve virgen bajo cada pisada. Un mal paso, un agujero escondido, un amago de caída, y vuelta al camino. Crunch, crunch, crunch. No existen más sonidos. La nieve es como ese material que amortigua los ruidos y se come los ecos. Crunch, crunch, crunch. Hay poca gente en la calle, pero todos sonríen, juegan, corretean y se lanzan bolas de nieve con la mitad de años que aparentan. Crunch, crunch, crunch. Apenas se dejan oír los coches, detenidos, asustados, atascados, borrados por la blancura insultante que viste el parque. Crunch, crunch, crunch. Subo por las cuestas, que hoy se agarran más que nunca, me cruzo con quienes esperan pacientemente al autobús, perdidos y desorientados entre tanto hielo. Y la nieve no deja de caer, de formar una nueva capa sobre el suelo, que espera ser hollada y responder crunch, crunch, crunch. Se suben copos en marcha, que decoran la camiseta, las mallas, e imagino que la gorra. Desde esta atalaya reposan y miran en derredor, admirando su obra, el lienzo casi monocromo que revienta de hermosura a nuestros ojos. Me alejo del parque, el crunch deja paso al chof, nieve derretida por los viandantes y la sal. Termino de rodar fatigado por las especiales condiciones de tracción en la nieve, pero satisfecho, feliz, infantil.
Me levanto, miro por la ventana, y sigo viendo coches, calles, aceras y tejados nevados. Otro regalo para el final de las vacaciones. Cambiaremos el escenario: tomo el metro y voy a la Casa de Campo, donde me abrigo bien y comienzo a subir hacia el bosque por el camino del Santo. ¿Cuántas veces hemos ponderado lo bonita que esta subida en casi cualquier época del año? ¡Qué poco sabíamos! ¡Qué poco imaginábamos hasta dónde puede alcanzar la belleza de este tramo! Los pasos se alejan metro a metro del carácter casi urbanita del Lago y los chiringuitos. Pisamos algo de asfalto, ya caminos, pronto restos de hielo, y finalmente nieve, nieve virgen, nieve en que se entierran los pies y que se traga, de nuevo, todos los sonidos. Me envuelve el silencio absoluto, casi contemplativo. Se encaja la senda entre los árboles y sólo de cuando en cuando veo una bici, otro corredor, o una familia jugando con la nieve. Pero de continuo voy encerrado en mi mismo, escuchando el diálogo entre las suelas y la nieve. Crunch, crunch, crunch. Entre la espesura de los árboles, hay calvas verdes bajo sus copas, de un verdor casi excesivo entre la monocromía reinante. Me aproximo al arroyo, crunch, crunch, crunch. Poco a poco el crunch se mezcla, e incluso queda cubierto, por el fluir del agua del deshielo. Continúo, el cielo se aclara, y de repente, mientras sigo pisando nieve casi inmaculada, crunch, crunch, crunch, el sol se aventura entre los árboles, lanza sus rayos como si de cañones en un escenario se tratase, e ilumina puntos de nieve en el suelo. Ésta parece enorgullecerse primero, ruborizarse después. Yo dejo que me toque el sol la cara, tomo el camino de vuelta y bajo, crunch, crunch, crunch, para terminar un arranque ideal para el fin de semana.
Con la energía de un niño pequeño, con ese miedo sordo a que no sea cierto lo que sospechas o deseas, abro la terraza y saludo con una sonrisa que no me cabe entre los carrillos a un montón de copos que revolotean frente a las ventanas. Miro hacia abajo y veo que poco a poco la nieve cuaja. Hace frío, así que estiro la mañana en casa consultando el ordenador, estudiando, escuchando música o siguiendo las noticias del caos que la nieve provoca en Madrid. Pero no puedo haber elegido mejor día para tomármelo libre. Recién pasado el mediodía, me calzo las zapatillas, me visto la ropa de faena y me dispongo a trotar en la nieve, algo que no había disfrutado más que una vez en mi vida.
Un tramo urbano, entre calles, asfalto y edificios, todos ellos disfrazados de blanco, casi ocultos a la vista por la exuberancia insultante de la nieve. Poco a poco salgo de las callejuelas del barrio y me adentro en el Parque Paraíso, que hoy merece más que nunca ese nombre. Cuesta encontrar los caminos, lo que me hace ver la torpeza que me es connatural, lo fácil que me pierdo en cuanto me quitan un par de referencias. Aun así, voy encontrando las sendas y ruedo, ruedo, ruedo. Crunch, crunch, suena la nieve virgen bajo cada pisada. Un mal paso, un agujero escondido, un amago de caída, y vuelta al camino. Crunch, crunch, crunch. No existen más sonidos. La nieve es como ese material que amortigua los ruidos y se come los ecos. Crunch, crunch, crunch. Hay poca gente en la calle, pero todos sonríen, juegan, corretean y se lanzan bolas de nieve con la mitad de años que aparentan. Crunch, crunch, crunch. Apenas se dejan oír los coches, detenidos, asustados, atascados, borrados por la blancura insultante que viste el parque. Crunch, crunch, crunch. Subo por las cuestas, que hoy se agarran más que nunca, me cruzo con quienes esperan pacientemente al autobús, perdidos y desorientados entre tanto hielo. Y la nieve no deja de caer, de formar una nueva capa sobre el suelo, que espera ser hollada y responder crunch, crunch, crunch. Se suben copos en marcha, que decoran la camiseta, las mallas, e imagino que la gorra. Desde esta atalaya reposan y miran en derredor, admirando su obra, el lienzo casi monocromo que revienta de hermosura a nuestros ojos. Me alejo del parque, el crunch deja paso al chof, nieve derretida por los viandantes y la sal. Termino de rodar fatigado por las especiales condiciones de tracción en la nieve, pero satisfecho, feliz, infantil.
Me levanto, miro por la ventana, y sigo viendo coches, calles, aceras y tejados nevados. Otro regalo para el final de las vacaciones. Cambiaremos el escenario: tomo el metro y voy a la Casa de Campo, donde me abrigo bien y comienzo a subir hacia el bosque por el camino del Santo. ¿Cuántas veces hemos ponderado lo bonita que esta subida en casi cualquier época del año? ¡Qué poco sabíamos! ¡Qué poco imaginábamos hasta dónde puede alcanzar la belleza de este tramo! Los pasos se alejan metro a metro del carácter casi urbanita del Lago y los chiringuitos. Pisamos algo de asfalto, ya caminos, pronto restos de hielo, y finalmente nieve, nieve virgen, nieve en que se entierran los pies y que se traga, de nuevo, todos los sonidos. Me envuelve el silencio absoluto, casi contemplativo. Se encaja la senda entre los árboles y sólo de cuando en cuando veo una bici, otro corredor, o una familia jugando con la nieve. Pero de continuo voy encerrado en mi mismo, escuchando el diálogo entre las suelas y la nieve. Crunch, crunch, crunch. Entre la espesura de los árboles, hay calvas verdes bajo sus copas, de un verdor casi excesivo entre la monocromía reinante. Me aproximo al arroyo, crunch, crunch, crunch. Poco a poco el crunch se mezcla, e incluso queda cubierto, por el fluir del agua del deshielo. Continúo, el cielo se aclara, y de repente, mientras sigo pisando nieve casi inmaculada, crunch, crunch, crunch, el sol se aventura entre los árboles, lanza sus rayos como si de cañones en un escenario se tratase, e ilumina puntos de nieve en el suelo. Ésta parece enorgullecerse primero, ruborizarse después. Yo dejo que me toque el sol la cara, tomo el camino de vuelta y bajo, crunch, crunch, crunch, para terminar un arranque ideal para el fin de semana.
7 comentarios:
¡Vaya pluma! hubiera seguido leyendo unas cuantas hojas más ¿para cuando relatos cortos por mpalacios? ;)
Un saludo.
Precioso. Me siento fatal por no haber podido estar rodando en la CdC esta vez.
Pero gracias a entradas como esta me siento un poco más aliviado. Es como si lo sintiera yo mismo.
Además me ha abierto las ganas de zamparme una bolsa de patatas fritas. Crunch, crunch, crunch.
De todos los posts sobre las nevadas en madrid, este es de lo mejorcito, me gusta el estilo.
Saludos
pd: está nevando otra vez, aún es chof,...a ver si esta tarde es crunch!
Pues en Navafría no te sonaba la nieve "crunch crunch crunch", sino más bien "ffffiuuuuuummmmmm plofffff" jejeje ;-)).
La verdad es que fue una cosa preciosa, pero si hubiera sido el sábado en lugar del viernes hubiera sido mejor, que no se hubiera liado la que se lió...
Besitos!
Otro que ha experimentado lo que es correr en la nieve. A todos nos ha molado. De todas maneras ya está bien con lo que ha nevado, a ver si ahora llueve y derrite esos trozos que todavía resbalan mucho.
Yupiiiiiiiii... nos encanta el crunch, crunch, crunch.... lo disfruté ayer.
Slds
Landes dixit: "¡Vaya pluma!"... ¿me estás llamando marifloro? Jajajajaja.
Muchas gracias, se hace lo que se puede, dentro de las limitaciones naturales de cá uno.
Mildo, no creo que te puedas quejar mucho, que tú tuviste una señora ración de nieve el domingo, ¿eh?
Y ahora que lo dices, con el calorcito de casa, lejos de la niebla helada que tenemos fuera, no es mala idea lo de la bolsa de patatas. Eso sí, esta vez sin una birrita fría.
Víctor, me alegro de que te guste, debe de ser que la nieve me ha inspirado esta vez :-)
Ayer, por cierto, me fui a la CdC y poca cosa: era más chof que crunch, y en algunos puntos a punto de ser catacrock.
Esther, a ti al menos te pilló cerca de casa, que a alguno le debió de hacer maldita la gracia la nevada.
Lo de Navafría creo que me educó un poco el sentido del equilibrio para no pegarme ningún culetazo corriendo en estos días :-)
Vicente, ahora es cierto que el peligro es grande. Arcentales está como para andar con mucho ojito, e incluso hoy en Vicálvaro se empezaba a ver escarcha por el "césped" y el tartán :-)
Fer, ¡claro que nos encanta! Si es que seguimos siendo unos críos. Creo que una de las señales de que nos estamos haciendo viejos se produce el día que encontramos más inconvenientes que ventajas en una nevada.
Por cierto, me he reído un montón con tu crónica del Paris, que encontré ayer brujuleando por Internete :-)
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