10.5.08

La vía láctica


Hay multitud de teorías al respecto. Enfrentadas, claro, pues de lo contrario no habría multitud de teorías, sino un grupo de explicaciones y descripciones en el contexto de la fisiología del entrenamiento. Sea como sea, parece que todos los puntos de vista convergen, faltaría más, en que a medida que queremos preparar distancias más cortas, hace falta acostumbrar al cuerpo a correr a velocidades más elevadas. Esto se consigue por medio de entrenamientos fraccionados, reduciendo la longitud de las repeticiones, y aumentando los períodos de pausa entre los tramos rápidos.

La divergencia se da en el momento de explicar lo que ocurre cuando el organismo se ve obligado a desplazarse a esos ritmos que no le son conocidos, propios o habituales. Parece ser que para conseguirlo, el motor debe mover la carrocería a base de quemar combustible a ritmos mucho mayores que en el caso de los rodajes medios, o de las series a ritmos más moderados. Para ello se recurre al metabolismo anaeróbico en mucha mayor medida. Y por lo que se ve, el resultado es que el músculo es alimentado con un chorro de energía mucho más rápido y potente que cuando nos basamos en el metabolismo aeróbico.

Pero claro, nada es gratuito. El combustible para este tipo de generación energética es limitado. Además, da como resultado una acumulación de ácido láctico en la sangre. Hasta hace un tiempo, se consideraba que esta acumulación láctica era un impedimento para que el músculo consiguiese rindiendo al nivel deseado. Era una especie de toxina que envenenaba los músculos, que de esta manera perdían la capacidad de moverse tan rápidamente como deseamos. Por ello, los entrenamientos con repeticiones a ritmos altos y amplias recuperaciones pretenden acostumbrar a nuestras piernas a vivir en la presencia de ese veneno láctico, hasta que seamos capaces de tolerar concentraciones cada vez mayores, y así rendir mejor a elevadas velocidades.

Sin embargo, hay visiones muy diferentes. Hay quien dice que de eso nada. Que el ácido láctico no es un impedimento, mucho menos un veneno. Que sí, se produce como resultado del metabolismo anaeróbico, pero sólo eso. Es un síntoma del tipo de combustión que se produce, no la causa de la caída del rendimiento, la cual parece enlazada con variables más complicadas y que, a fin de cuentas, nos llevan a la decisión final del sistema nervioso central de bajar el pistón e impedirnos correr más rápido.

Sea como sea, estas disquisiciones no alteran mucho la aproximación a los entrenamientos de pista. Veremos sesiones en las que el factor limitante no es ser incapaces de soportar un ritmo cardíaco determinado, sino que lo que realmente nos impide seguir con los ritmos deseados es que con una repetición nos hemos pasado de ritmo y desde entonces vamos con las piernas bloqueadas, sin que eso suponga que se nos dispare el cardio.

Y esta orientación láctica van tomando poco a poco los entrenamientos… y vaya si se nota. Dos semanas llevamos con ello.

La pasada hicimos series de 400 el lunes. 3 x 3 x 400 recuperando 3’ entre repeticiones y 6’ entre series. Algo de viento y empezar muy rápido fueron dos factores para terminar realmente arrastrado, hundido. Y el esfuerzo se hizo notar a lo largo de la semana, incluyendo el miércoles (4 x 1500), cuando hice tres milquis en 5’03’’ – 5’00’’ – 5’00’’ y en el último me hundí hasta caer a 5’07’’.

Como el resto de la semana estuve notando las secuelas de los 400, Dani y yo decidimos cambiar el orden esta semana. Para bien: los 1500 del lunes salieron bien, a pesar de llegar a Vicálvaro con ganas de todo menos de correr rápido. 4’55’’ – 4’57’’ – 4’58’’ – 4’57’’.

Y el miércoles, los 400 casi segundo y medio más rápidos que la semana anterior. Con gran esfuerzo para mantener el ritmo, pero muy regulares en torno a 1’09’’ y 1’10’’. Eso sí, hoy viernes, tras las pesas de ayer, tengo las piernas hechas trizas…

Son, eso sí, las señales que flanquean la via láctica.