31.5.09

La traición de las matemáticas

Se hacen llamar Ciencias Exactas. Con un orgullo que encuentro muy próximo a la pedantería. Parecen sentirse ofendidos por otras ciencias que consideran menores, contaminadas, meras aproximaciones a su alto concepto de la precisión y la abstracción más absolutas. Así, enarbolan la bandera de la Exactitud como quien echa en cara a la Física, a la Geología, a la Biología, sus devaneos con las opiniones y la subjetividad. Son saberes menores, enanos que se han de aupar a los hombros de un gigante para alcanzar, al menos, la dignidad necesaria para mirar a las Matemáticas a los ojos.

Pero no. Todo esto es una pose. Ya me parecía a mi que tanta ostentación había de ser impostada, una defensa de quien se sabe un puntito mentirosa y una pizca fraudulenta. Y es que dicen las Matemáticas que si asciendes y desciendes los mismos metros en un recorrido cualquiera, el saldo final es cero, y el resultado será el mismo que si nos hubiésemos desplazado siempre a la misma cota.
Dicen también las matemáticas - a quien ya me permito arrebatar la mayúscula - que la contribución negativa de la gravedad en un recorrido ascendente es igual a la contribución positiva de las pendientes descendentes. Eso se empeñan en cacarear las ecuaciones, engolados pregoneros de las medias verdades de estas traidoras. Pero no, a mi no me convencen, ya no. Hoy hemos estado haciendo prácticas por todo Madrid, partiendo de la calle Goya, descendiendo hasta la Cibeles, ascendiendo por la Castellana y Concha Espina -¡ay, Concha Espina!-, para terminar bajando... ¿bajando? por Príncipe de Vergara, hasta regalarnos con una última ascensión en la calle Goya para restablecer el saldo nulo de subidas y bajadas.
Y no, las contribuciones no se cancelan. Esos cuatro kilómetros de la Castellana son como la cucharilla del preso de película que poco a poco va cavando un túnel por el que huir de su encierro. Rac, rac, rac, rac, se desmenuzan las fuerzas, va cayendo el polvillo, la pared queda al borde del hundimiento... y cuando te regalan un tramo en descenso, no queda de donde extraer la fuerza, la velocidad, el empuje necesarios para que las matemáticas se queden satisfechas con el cumplimiento de su ecuación.

No puedo decir que haya quedado insatisfecho con el resultado de la carrera en términos comparativos, pero el tiempo conseguido no me dice gran cosa. ¿O sí? Pues sí, sí lo deja claro: -1 + 1 no siempre es igual a cero.

18.5.09

El pintxo más dulce

Siempre que regreso de San Sebastián, aunque sea tras una estancia de uno o dos días, lo hago con cierta nostalgia, con un puntito de morriña y con la promesa cierta de volver en cuanto me resulte posible. En esta ocasión, por si fuese poco, me cargo de una nueva razón para tenerle un cariño especial a esta ciudad.

Es el color de sus laderas, la fuerza bruta de su cielo tormentoso a veces, o raso, soleado y luminoso algunas otras. Es el carácter de su gente; la exquisitez rotunda de su gastronomía; las avenidas arboladas, casi techadas por copas seguramente centenarias; la mezcla de señorío, juventud, elegancia y alboroto que respiran sus barrios... es, en fin, todo.

Una vez más me presenté allí con la firme intención de disfrutar de la bella Easo, de pasar tres días de sosegado turismo por sus calles - y por las de Hondarribia- y, en la medida de lo posible, de hacer por fin una buena carrera en su medio maratón. Digo por fin, porque año a año, ya fuese por el clima, por mi estado de forma, o por ambas razones, nunca había quedado completamente satisfecho con los resultados. Pero esta vez sí. Y eso a pesar de que no quería confesarlo, pero llevaba casi dos semanas de sensaciones un tanto ambiguas en los entrenamientos, probablemente fruto de la llegada del calor y las temperaturas más veraniegas.

Así y todo, decidí no dejarme amilanar, y me he situado en la línea de salida con la intención de ir a por todas. Sé que cada año pasado la situación de los kilómetros era defectuosa, así que he decidido salir por sensaciones y controlar el ritmo sólo cada cinco kilómetros, aunque fuese echando un ojo de vez en cuando al crono. Esto se ha traducido en una carrera mal corrida, pero con resultados mejores de los esperados. Ya desde el principio he visto una sucesión de parciales kilométricos en torno a los 3:30... que no eran achacables a una mala colocación de los puntos kilométricos, pues no se corregían unos con otros, sino que se debían simplemente a que iba demasiado rápido.

Al principio he ido en un grupo numeroso, pero éste pronto se ha descompuesto, y ya desde el kilómetro 5 o 6 he ido acompañado de uno, dos, a lo sumo tres corredores, sin posibilidad de relevarme o de resguardarme en los tramos en que hubiese algo de viento... que ha sido escaso, dicha sea la verdad.

En soledad por las avenidas donostiarras

En soledad por las avenidas donostiarras

Al paso por el kilómetro 10, excesivamente rápido -35:15- ya estaba completamente solo, con la idea de que algo perdería, pero que el sub-1.16 era más que factible. Así, he seguido haciendo el recorrido tratando de cazar a corredores, y dejándome llevar por Raúl, quien me ha acompañado en dos tramos de la carrera. Y, efectivamente, he cedido en el ritmo, pero no en exceso. He pasado la crisis del 15-16, he enfilado la calle San Martín, donde me he vuelto a encontrar cómodo merced a la compañía inestimable y nada fraudulenta (:-)) de Raúl, y he seguido apretando los dientes en ese difícil paso por contrameta en el que no quieres sino terminar ya la carrera. He pasado el 20 en 1.11:44, y he visto que el objetivo estaba hecho, pero la marca quedaba lejos... o no tanto. He conseguido cambiar mucho más de lo esperado, he apretado el culo tanto como ha sido posible,  y con el 1,097 último más rápido de cuantas medias he corrido (3:39), he entrado en meta exultante, por primera vez gritando de satisfacción. Me he abrazado a Raúl y he sido feliz.

En Aita Mari hemos prolongado la felicidad con una comida excelente, con vistas al mar, al Igueldo y a un sol radiante. He degustado así los bocados más dulces de la temporada.

5.5.09

Ese gusano

Enero de 2008.
Cruzada la línea de meta de la media de Getafe, un corredor exhausto, pero muy feliz, encuentra un punto de reposo para tomar aire, echar la vista atrás, y felicitarse por el objetivo conseguido: una muy considerable rebaja en su marca personal en la distancia. Han sido unos buenos meses, pues ya en la primavera anterior mejoró su registro en la carrera de 10 km de Laredo; y ahora esto: en casa, un nuevo éxito. Va siendo el momento de tomarse las cosas con más calma, se dice. De aproximarse al lado lúdico del deporte, de salir a trotar por la casa de campo y por los caminos cercanos a casa, pero sin ningún objetivo en la mente. Sólo acompañando a los amigos, charlando, pasándolo bien en definitiva.
Y así fue. Desde ese momento su cabeza se reordena, prioridades no desatendidas, pero sí algo más olvidadas, cobran la importancia que no tuvieron en los meses pasados. Los miércoles dejan de estar asociados al dolor del tartán, y las carreras vuelven a ser el entorno en que coincidir con quien no ves hace tiempo, propiciando el reencuentro.
Una breve lesión jugando al fútbol contribuye a la desconexión. Definitivamente las zapatillas quedan aparcadas en el armario, al tiempo que la voz de unos botines con calas automáticas es atendida: comienza la primavera, el verano... y con ello el tiempo de la bici, ese ciclismo recreativo tan propio de sus vacaciones.

Septiembre de 2008.
El verano se acerca a su fin, con el epílogo de San Miguel como última manifestación. Los días acortan y se hacen menos propicios para la bici, con lo que las zapatillas de correr vuelven a llamar a la puerta del armario. Quieren salir. Y nuestro corredor vuelve a trotar, a coger ritmo poco a poco. No lo sabe, pero en los largos meses que estuvieron aparcadas, las zapatillas debieron de incubar el huevo de un desconocido gusano que ahora, invisible, comienza su labor.
Se suceden las semanas y los trotes devienen entrenamientos; las carreras continuas se adornan con cambios de ritmo; los miércoles vuelven a tomar el color naranja de la pista de Vicálvaro. Y, como quien no quiere la cosa, el gusano engorda y quiere comer... y come, y come, y no se sacia, y las carreras vuelven a ser competiciones. Y nuestro corredor ya no sale a correr, sino a entrenar.

Diciembre de 2008.
En el frío de Aranjuez todo parece hibernar, los campos helados y el río manso no quieren despertar en una mañana gélida. Sólo el gusano, inagotable, revienta de vida. Quiere más, quiere seguir creciendo y reclamando protagonismo. Habrá que saciarlo. Así sea: nuestro corredor sale a por todas, y se lleva bajo el brazo una nueva marca personal en los 10 km... que durará lo que quiera el gusano, claro.

Primavera de 2009.
No hay más remedio que admitir su existencia. Ha llegado para quedarse, y en tanto en cuanto le acompañe, al corredor no le queda otra que ir alimentando a su simbiótico compañero de batallas. Y es que lo que unos podrían considerar un parásito, para el corredor, atleta, o lo que sea, es un ser con quien se establece una simbiosis: el gusano le hace entrenar, sufrir y mejorar, y el corredor le devuelve una media en Getafe en otro minutito menos. El gusano le saca a la calle haga frío, nieve o llueva, que de todo hemos tenido este año en Madrid, y el corredor le obsequia con un nuevo registro personal en la Cursa de Bombers.
Y el gusano se pone pesado, no quiere salir, está tan cómodo en el cuerpo de nuestro atleta, que decide salir a darse un paseo de más de 42 km por las calles de Madrid. Y años después, Raúl vuelve a completar el recorrido de Mapoma, y eso que hace un año ya iba a dedicarse al correr por correr. Y lo hace rebajando más de 12 minutos su marca personal. Y no sabemos sin merced a la compañía del gusano, o de qué, cuando enfila la entrada por el paseo de Coches, proclama al viento: ¡He sufrido lo justo!

Bendito gusano, qué le deparará, qué nos deparará a todos los demás...

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A mi me puedo aplicar el conocido dicho: "No news, good news". Sigo acumulando buenas semanas de entrenamiento, y así me planto a menos de dos semanas del medio maratón de San Sebastián, claro objetivo de la temporada.
Las sensaciones y los entrenamientos están siendo excelentes. Ahora queda desear que el día sea bueno en lo meteorológico, y que a las piernas les apetezca correr ese día.

12.4.09

De repente, una marca

Reflexiones al hilo de una MMP inesperada

Hoy voy a cambiar un poco el registro. En las últimas entradas me he propuesto darle un aire diferente al blog. No querría decir que es un aire más literario, pues esto desde luego que suena prepotente. Pero por ahí van los tiros: tratar de contaros mis sensaciones más con la pluma que con el pulsómetro en la mano.
Sin embargo, hoy querría salirme un poco del camino al que en breve volveré, y haceros partícipes de algunas reflexiones que me he hecho después de que el domingo pasado, en Barcelona, mejorase mi registro en 10 km. Lo hago sobre todo porque esta mejora ha llegado de la manera más inesperada, cuando afrontaba una carrera sabiendo que estaba cogiendo un buen punto de forma, pero sin sospechar que estaba preparado para rebajar el tiempo que conseguí hace ya más de dos años en Aranjuez.
El primero de los pensamientos que se me viene a la cabeza es que la lesión que pasé en los meses de septiembre y octubre no es ajena a este resultado. ¿Por qué digo esto? Evidentemente, una lesión no es buena per se, pero creo que en este caso ha tenido una serie de efectos positivos. Enumero:
  • Hasta esta lesión llevaba alrededor de cuatro años sin interrupción de ningún tipo en el entrenamiento. Sólo cada verano había descansado entre tres y cuatro semanas en las que me dedicaba básicamente a hacer bicicleta y alguna otra cosa que se terciase. Es probable que mi cuerpo me estuviese pidiendo un descanso más largo. Habrá que ver ahora si este descanso ha de ser anual (es decir, un mes sin hacer nada de carrera, y poco trabajo en la bici), o algo circunstancial, pero lo cierto es que la lesión sólo desapareció cuando me sometí a sesiones de fisioterapia y descarté hacer ningún tipo de actividad física, para que la rodilla estuviese bien quietecita.
  • Este año he empezado a rodar días alternos, y sin hacer nada de entrenamientos de calidad, en noviembre. Ya en diciembre empecé a hacer cambios de ritmo y a meter algún día de series. Esto quiere decir que llevo un "retraso" de unos tres meses respecto de otras temporadas. ¿En qué se ha traducido esto? Muy fácil: en una liberación mental. He tenido que dejar pasar competiciones tradicionales. Y a otras (San Silvestre, media de Getafe, campeonato de Madrid de cross) he llegado corto de preparación, lo que me ha hecho afrontarlas sin expectativas, sin presión, sin ansiedad. Esto ha sido básico, me he planteado ir entrenando con calma y sin impaciencia, con el único objetivo de no recaer en la lesión e ir cogiendo la forma poco a poco. Así las cosas, lo que llegase sería bienvenido, pero no iba a comerme la cabeza por quedarme lejos de las marcas de otros años.
  • Ligado a lo anterior, no empecé a entrenar con una marca de 1.15 en media, o de 34' en diezmil en la cabeza, sino dejándome llevar en suave progresión hacia un buen estado de forma, sin cuantificar las metas. Con esta premisa, me puse en la línea de salida de la Cursa de Bombers sin ese tembleque que me ha asaltado, por ejemplo, otros años en Laredo, cuando tenía el clarísimo objetivo de batir mi marca.
  • Y otro efecto colateral: las carreras me gustan. Disfruto del ambiente, de los amigos, del esfuerzo agonístico... pero me tenido que renunciar a muchas. Creo que ha sido una buena noticia tener que competir menos y entrenar más.
Naturalmente, estos no han sido los únicos ingredientes del entrenamiento que he seguido hasta ahora. Ha habido otros detalles a los que he prestado atención y que creo que también han contribuido a conseguir buenos resultados. Los comparto con vosotros por si os sirven de algo estos pensamientos a vuelapluma:
  • Siguiendo con al filosofía que Vicente ha imprimido en los planes en los primeros mesociclos, he trabajado bastante los entrenamientos interválicos, haciendo cambios de ritmo de distintas duraciones (200 metros, 400 metros, a veces por tiempo), y siempre haciendo recuperaciones incompletas, no ya al trote sino incluso rodando a ritmos en torno a los 4:30 minutos por kilómetro. Mi impresión es que de este modo he conseguido crear una muy buena base, no de un ritmo de crucero elevado, pero sí unos buenos cimientos sobre los que construir el resto del entrenamiento.
  • En el momento de afrontar los entrenamientos de series, he aplicado una filosofía similar a base de hacer recuperaciones incompletas, al trote, a costa de sacrificar algo de velocidad. En este sentido, tenía presente las palabras del mismo Vicente: "en tres o cuatro semanas de buenos entrenamientos se puede afinar para una carrera". Pues bien, eso pretendía hacer, trabajar mucho la base y sólo afinar de verdad el estado de forma con unas pocas semanas en las que trabajase ritmos altos inmediatamente antes de las carreras objetivo.
  • El año pasado creo que forcé un poco la máquina en las series de lunes y miércoles en Vicálvaro. Los sábados estaba fundido como para hacer ritmos controlados a velocidades altas, y me da la sensación de que ese ladrillo faltaba claramente en el edificio del entrenamiento. ¿Solución? No dejarme la vida en las series, sino entrenar con un poquito más de contención, y descansar los viernes, de modo que el controlado de los sábados pudiese ser un entrenamiento de verdadera calidad. Y así ha sido: el año pasado hice mi controlado más rápido a 3:39, en el bosque, y fueron sólo 6 km. Este año he hecho varios controlados de 12 km en el mismo entorno, siempre rondando los 3:40 minutos por kilómetro. Y creo que estos controlados han dado consistencia al ritmo de crucero.
  • Asimismo, los rodajes de los domingos han sido más rápidos, o al menos he incluido casi siempre un tramo de entre 8 y 12 km al final del rodaje en los que he corrido más vivo. Esto sólo me lo he podido permitir asumiendo que el lunes iba a bajar el ritmo en las series cortas, en caso de haberlas. Como digo, así lo he hecho siempre que no haya tocado afinar en el entrenamiento del lunes.
  • Finalmente, y esto no es un cambio real respecto de la temporada pasada, sino simplemente una manera de hacer las cosas, hay que señalar que este año me he perdido casi toda el circuito universitario de campo a través. La compensación ha sido tratar de hacer la mayoría de entrenamientos de cambios de ritmo, y controlados, en la casa de campo, de modo que combinase en el mismo entrenamiento el objetivo puramente cardiovascular y la potenciación de la fuerza.
Estas son mis reflexiones. Obviamente, estoy a tiempo de hacer una carrera lamentable en la media de San Sebastián y echar por tierra estas conclusiones. Pero es lo que puedo deducir con la temporada mediada, y creo que al menos algo de verdad habrá en estas líneas un tanto "adoquíneas" que a lo mejor has conseguido leer hasta el final (¡ole tus narices!).
No te preocupes, la próxima entrada será diferente, volveremos por los fueros pseudoliterarios en los que se ha movido el blog en las últimas semanas.

7.4.09

La muy soportable levedad del ser

Del ser o estar en forma, claro está.
En el mes de enero, en plena vorágine de estudios y de trabajo, pensaba un día sí y otro también reencontrarme con este rincón y dar noticias de mis quehaceres, ya atléticos, ya de otra índole cualquiera. Incluso a lo largo de una semana tuve claro el título de la siguiente entrada. Sería "La insoportable gravedad del ser". Hoy le hago, en cierto modo, un homenaje a esa página que sólo existió en mi cabeza, y que iba a ser un folio amargo, quizá demasiado autocomplaciente, reflejo de un estado de forma perdido, de unas sensaciones olvidadas y una ligereza que me era ajena.
Unos dos meses y medio después, esas sensaciones son muy diferentes. El lastre ha caído y ha arrastrado al titular que quedó sin uso. Con un poco de maquillaje, unas palabras más por acá, y una metamorfosis por allá, el título renace para encabezar unas líneas bien distintas. ¡Hasta qué punto se sienten otros los pies, los tobillos, los brazos...! Notas cómo, con el paso de las semanas, la pesadez es sustituida por la ligereza; la torpeza se torna un trote liviano; el corazón bombea aliviado una máquina en su puntito justo de engrase.
Es esto lo que he ido viviendo en los últimos tiempos, lo que me permitió saltar de Roma a Lisboa pleno de confianza. Y lo que, afianzado a orillas del Atlántico, enlazó un litoral con otro hasta alcanzar Barcelona con un arranque de optimismo que no sospechaba hace un par de meses.
Como si de un homenaje a los viajes colombinos se tratara, he venido a reencontrarme con mi íntima satisfacción en estos dos centros de navegación que son Lisboa y Barcelona. Hasta aquí llega la nao de esta primera mitad de la temporada, aquí viene el almirante genovés a ofrendar los frutos de su aventura. Y es cuestión de disfrutar el momento y sentirse recompensado por esta inesperada marca personal en los 10 km en ruta. Pero, al mismo tiempo, cabe confiar en que hoy, como entonces, el viaje y la conquista no se detengan. Hoy he arriado la mayor, pero asoma ya una enorme tela tejida con un hilo tan fuerte por el optimismo que parece soga, tela lista para subir por el mástil y dejarse soplar rumbo a nuevos objetivos de aquí a final de temporada.

29.3.09

Tierra y mar, mar y océano

Dos ciudades atemporales. Dos pasados gloriosos. Dos centros de poder que extendieron su abrazo colosal por tierras lejanas, a veces ignotas. Dos formas de talasocracia; el Imperio que se recrea y broncea a orillas de su piscina privada, su mare clausum, el Mare Nostrum. Y una metrópoli de navegantes que buscan los confines de la Tierra más allá del horizonte, al otro lado de los océanos, en costas americanas, africanas, orientales.
Dos viejas señoras tubadas en su diván rocoso, ondulado, surcado por valles y colinas; su piel ajada, de adoquines cuarteados, pero aún adornada con joyas innumerables de brillo todavía duradero: el arte no se puede extinguir. Damas que dejaron atrás la flor de su existencia, pero siguen alimentadas por el torrente continuo, vigoroso, que recorre sus callejas, plazas y paseos, como el flujo sanguíneo que oxigena unos miembros conectados por viejísimas venas y arterias por las a pesar de todo corre la vida a borbotones.
Roma y Lisboa. Mediterránea y atlántica. Diferentes y, sin embargo, hermanas. En el último mes he tenido la fortuna de visitar a estas dos vigías de la Historia. Roma era terreno ya hollado, pero una nueva visita confirma que no hay horas en el día, ni días en la semana, para respirar un aliento tan intenso como el que exhala la Ciudad Eterna. Pero también egoísta. Cada vez que subes al avión de regreso de Roma, tienes la sensación de estar en deuda con ella, de necesitar otra estancia, o muchas más, para de verdad llegar a vivirla y a comprenderla. Con este compromiso salí de allí, y siempre quedará en mi columna del "debe" la necesidad de volver para patear sus calles.

Y unas semanas más tarde, Lisboa. Repito: tan diferente por historia, carácter, morfología... pero hermana. También aquí late la Historia. También aquí se cobra la ciudad un extenuante tributo a base de cuestas, costarrones, subidas, bajadas, adoquines, escalones... a quien desea empaparse de su alma caminando por tantos rincones, a veces abiertos, a veces ocultos, a veces sólo reservados. Pero coronando una colina, alcanzando la valla de un mirador, nos espera la recompensa en forma de un nuevo punto de vista. Un nuevo ángulo que nos regala una imagen siempre bañada en esa luz, esa Luz, inimitable de Lisboa. Pasada la hora de la sobremesa, cuando el Sol poco a poco se acerca al horizonte, el Atlántico, las callejas, las fachadas de múltiples colores, y el aire que seguramente tendrá un nosequé especial, se aúnan para crear una atmósfera que ni pinceles, ni cámaras, ni por supuesto palabras, son capaces de atrapar.
Habrá que volver una vez más.


24.3.09

Descargado

Hace ya más de dos meses que bajé a por el pan. Pasó a estar revenido, luego duro, finalmente lo rallé y guardé, y hoy me he acordado de él, con lo que voy a escribir una entrada rebozada, de esas que valen para un roto y un descosido, para segundo plato o cena improvisada. O sea, que voy a contar un poco de todo, me parece.
La interrupción llegó cuando, a finales del mes de Enero, tocó centrar esfuerzos en la preparación del examen de la Uned y, simultáneamente, me vi inmerso en un apretón de trabajo que me obligó a olvidar este rincón que tantas veces he prometido no desatender. Y en los últimos meses había tratado de dejar un poco de lado la mera y fría descripción de entrenamientos para darle un aire diferente a la bitácora. ¿Resultado? Que para seguir en esa línea me veía obligado a dedicarle más tiempo, y no encontraba el momento de actualizar estas andanzas.
Pero, recurriendo al muy manido dicho, todo lo que sube baja, y llegó el momento de la descarga. Han sido dos meses de entrenamiento abundante y fructuoso, de piernas paulatinamente más cansadas por la carga de trabajo asociada, y convenientemente descargadas (¡aleluya!) por una visita al fisio sin que mediase lesión. Hay veces que la razón se impone y me lleva a hacer cosas con la cabeza... aunque sea muy de vez en cuando.
Llegó también la descarga universitaria: el examen pasó, y yo pasé el examen. Queda el regusto de satisfacción y las ganas reforzadas de seguir usando (no perdiendo) unas horas cada semana frente a los libros. Y como regalo, un poco más de tiempo cada día, alejado de la vorágine que siempre acompaña a las semanas previas al examen; por mucho que creas llegar bien preparado, siempre hay una horita más que dedicar a los libros y apuntes. Pues bien, eso se ha terminado por lo menos en los dos próximos meses.
Pasó un viaje delicioso a Roma, donde liberé tantas ganas acumuladas a lo largo de los años de regresar a la ciudad eterna. Eterna de verdad, por historia, por rincones interesantes, por su alma de ciudad vieja, joven, atemporal... eso, eterna. También en este caso me traje un regalo en el esportón: un dolor infinito de piernas forjado a base de entrenamientos y pateos desaforados por adoquines, cuestas, vías romanas, catacumbas y escalones variados... y de nuevo la descarga llegó. En este caso con una reducción en los entrenamientos que me permitió ir degustando velocidades olvidadas, ritmos que me parecían perdidos, y sensaciones de ligereza que aparentemente me estaban vetadas desde meses atrás.
Y como en esas historias de tramas paralelas en las que todo termina convergiendo hacia el final, Lisboa estaba al otro extremo del túnel, centrando atención e ilusiones a partes iguales.
De nuevo una ciudad llena de luz, de vida, de arte y rincones. De nuevo una cita con la historia y el arte. De nuevo una capital que vivió tiempos mejores y se resiste a dejar de lado su grandeza, aunque quede un poco empañada por el paso del tiempo. Y de nuevo una macedonia de cuestas, adoquines y paseos que parecían contrariar toda posibilidad de descarga previa a la media que correría allí.
Sin embargo, todo salió bien. Y el domingo por la mañana me reencontré con las buenas sensaciones en el medio maratón, más de dos años después. Lejos del rendimiento de Granollers, pero casi igual de satisfecho, por fin pude descargar mis inquietudes y ver que soy capaz de competir en esa distancia por debajo de los 3:40 de media. Así las cosas, cuando enfilé la recta de llegada era poco más que un espectro, cansado, agotado, completamente exhausto por el esfuerzo, pero aún impulsado por un rendimiento decente para mi nivel, por la necesidad compulsiva de demostrarme a mi mismo que estoy en el buen camino.
Ojalá sea así, y lo confirme en los meses por venir.

18.1.09

Bajar a por el pan

Mañana de sábado. El sol no termina de arrancarse, y el frío sigue apoderándose del Madrid invernal. Nubes bajas, niebla en algunos barrios, humedad y temperaturas bajas para que la sensación sea casi gélida.
Podrías bajar a por el pan con el primer chándal que encuentres colgado, doblado, o tirado en la silla de la habitación, pero ya que estamos en fin de semana, no es plan de salir así de desaliñado. Así que abres el armario y buscas no las mejores galas, pero al menos algo un poquito resultón.
Bien aderezada la vestimenta, no has hecho sino franquear la puerta del ascensor y te encuentras con el vecino. Qué mañana más fría. Es verdad, parece que el sol está tímido. Pero bueno, saldremos a la calle, que un ratito al fresco no viene mal. La familia, ¿qué tal? Bien, gracias, luego iremos a visitarlos. Pasad buen fin de semana. Igualmente.
En la calle, decenas de rostros conocidos te saludan, lo que te indica que hoy no has madrugado precisamente, y que has salido a la calle cuando el día ha florecido... si no fuese por esas nubes persistentes, claro. En el quiosco, comprando el periódico, te encuentras con aquel antiguo compañero al que hacía al menos un año que no veías. Qué coincidencia. Parece que hoy se ha puesto de acuerdo el barrio para salir a la calle a comprar el pan, a coger el periódico, a pasear al perro, al mismo tiempo.
Alguno, como el hijo de la panadera, ya vuelve montado en la bici de su salida sabatina, con el rostro cansado pero satisfecho. Restos de sudor que se encajan por las arrugas de un rostro curtido por cientos de horas de sol veraniego, el mismo que ahora sus piernas protegidas por mallas, su cuerpo cubierto por una chaqueta cortavientos, echan de menos con añoranza. Al verle, recuerdas que tú tienes los deberes por hacer. Es una mezcla de envidia, porque él ya ha cumplido con la tarea, y de felicidad al saber que aún te aguarda el disfrute a la vuelta de la esquina. Aunque esas nubes te inviten a coger la barra que te están despachando, y meterte en la casa a leer el periódico al calor de un café caliente, con la banda sonora de un buen disco sonando en el equipo de música.

Ayer la Casa de Campo era como el barrio. Entrenar por sus caminos, como salir a comprar el pan. Decenas de conocidos haciendo sus tareas. Algunos sobre dos ruedas, otros caminando, algunos aferrados a las máquinas de un gimnasio, y un buen montón de ellos zancada a zancada cumpliendo con los entrenamientos -programados o no- en su temporada atlética. Antes de arrancar, en el polideportivo Cagigal, ya anduvimos de charla con algunos de ellos. En el bosque, durante el entrenamiento, nos espolearon los ánimos de más compañeros. Al terminar el fartlek, cuatro incondicionales de esas sendas compartían impresiones con nostros. Y al terminar junto a la pasarela, más conversación distendida, ahora sí con la satisfacción de haber cumplido con las tareas previstas.

Y, en ese momento, fuimos a estirar evitando las sombras, porque al final el sol se decidió a salir.

13.1.09

Crunch, crunch, crunch

Día de vacaciones. Me levanto en un día amanecido hace ya más de una hora. Abro la ventana sin descorrer la cortina de la habitación, y marcho a la cocina a poner la cafetera en el fuego. Mecánicamente había encendido la radio, y su conversación pasa casi imperceptible de un oído a otro, como si fuese más un ruido de fondo que otra cosa. Mientras colmo el filtro del café, palabras sueltas se empeñan en quedarse pululando por aire, salidas de los altavoces de mi aparatillo de FM: Madrid, centro, nieve...
Con la energía de un niño pequeño, con ese miedo sordo a que no sea cierto lo que sospechas o deseas, abro la terraza y saludo con una sonrisa que no me cabe entre los carrillos a un montón de copos que revolotean frente a las ventanas. Miro hacia abajo y veo que poco a poco la nieve cuaja. Hace frío, así que estiro la mañana en casa consultando el ordenador, estudiando, escuchando música o siguiendo las noticias del caos que la nieve provoca en Madrid. Pero no puedo haber elegido mejor día para tomármelo libre. Recién pasado el mediodía, me calzo las zapatillas, me visto la ropa de faena y me dispongo a trotar en la nieve, algo que no había disfrutado más que una vez en mi vida.
Un tramo urbano, entre calles, asfalto y edificios, todos ellos disfrazados de blanco, casi ocultos a la vista por la exuberancia insultante de la nieve. Poco a poco salgo de las callejuelas del barrio y me adentro en el Parque Paraíso, que hoy merece más que nunca ese nombre. Cuesta encontrar los caminos, lo que me hace ver la torpeza que me es connatural, lo fácil que me pierdo en cuanto me quitan un par de referencias. Aun así, voy encontrando las sendas y ruedo, ruedo, ruedo. Crunch, crunch, suena la nieve virgen bajo cada pisada. Un mal paso, un agujero escondido, un amago de caída, y vuelta al camino. Crunch, crunch, crunch. No existen más sonidos. La nieve es como ese material que amortigua los ruidos y se come los ecos. Crunch, crunch, crunch. Hay poca gente en la calle, pero todos sonríen, juegan, corretean y se lanzan bolas de nieve con la mitad de años que aparentan. Crunch, crunch, crunch. Apenas se dejan oír los coches, detenidos, asustados, atascados, borrados por la blancura insultante que viste el parque. Crunch, crunch, crunch. Subo por las cuestas, que hoy se agarran más que nunca, me cruzo con quienes esperan pacientemente al autobús, perdidos y desorientados entre tanto hielo. Y la nieve no deja de caer, de formar una nueva capa sobre el suelo, que espera ser hollada y responder crunch, crunch, crunch. Se suben copos en marcha, que decoran la camiseta, las mallas, e imagino que la gorra. Desde esta atalaya reposan y miran en derredor, admirando su obra, el lienzo casi monocromo que revienta de hermosura a nuestros ojos. Me alejo del parque, el crunch deja paso al chof, nieve derretida por los viandantes y la sal. Termino de rodar fatigado por las especiales condiciones de tracción en la nieve, pero satisfecho, feliz, infantil.

Me levanto, miro por la ventana, y sigo viendo coches, calles, aceras y tejados nevados. Otro regalo para el final de las vacaciones. Cambiaremos el escenario: tomo el metro y voy a la Casa de Campo, donde me abrigo bien y comienzo a subir hacia el bosque por el camino del Santo. ¿Cuántas veces hemos ponderado lo bonita que esta subida en casi cualquier época del año? ¡Qué poco sabíamos! ¡Qué poco imaginábamos hasta dónde puede alcanzar la belleza de este tramo! Los pasos se alejan metro a metro del carácter casi urbanita del Lago y los chiringuitos. Pisamos algo de asfalto, ya caminos, pronto restos de hielo, y finalmente nieve, nieve virgen, nieve en que se entierran los pies y que se traga, de nuevo, todos los sonidos. Me envuelve el silencio absoluto, casi contemplativo. Se encaja la senda entre los árboles y sólo de cuando en cuando veo una bici, otro corredor, o una familia jugando con la nieve. Pero de continuo voy encerrado en mi mismo, escuchando el diálogo entre las suelas y la nieve. Crunch, crunch, crunch. Entre la espesura de los árboles, hay calvas verdes bajo sus copas, de un verdor casi excesivo entre la monocromía reinante. Me aproximo al arroyo, crunch, crunch, crunch. Poco a poco el crunch se mezcla, e incluso queda cubierto, por el fluir del agua del deshielo. Continúo, el cielo se aclara, y de repente, mientras sigo pisando nieve casi inmaculada, crunch, crunch, crunch, el sol se aventura entre los árboles, lanza sus rayos como si de cañones en un escenario se tratase, e ilumina puntos de nieve en el suelo. Ésta parece enorgullecerse primero, ruborizarse después. Yo dejo que me toque el sol la cara, tomo el camino de vuelta y bajo, crunch, crunch, crunch, para terminar un arranque ideal para el fin de semana.